“Doctor, mi hijo no come”

El pediatra de mis hijos no es especialmente amistoso. No; borde claro que no es. Es un magnífico pediatra.

Rafael Timermans. 11/09/2014
Bebé sin apetito
No hay nada que «estimule el apetito».

El pediatra de mis hijos no es especialmente amistoso. No; borde claro que no es. Pero no es de los que saca una sonrisa cuando entras en la consulta. Habla lo justo, dice lo que piensa y seguro que piensa, y mucho, lo que dice. Se interesa por todo lo importante y por muy poco de lo accesorio. Tiene enormes colas de madres y niños esperando en su puerta. Es un magnífico pediatra.

Pero no todos lo ven igual. Yo he tenido la inmensa suerte de llevar a mis hijos a que les viera. Han sido muchas veces, casi siempre a revisiones, pero también para dolores varios, nada grave afortunadamente. Él sabía que yo era médico, pero llegamos al acuerdo, que no hubo ni siquiera que hablar, de que yo no tenía nada que decir más que como padre, y así el podía hacer su trabajo de forma independiente.

Nunca supe el percentil en el que se encontraban mis hijos en peso o en talla. Lástima, porque no pude participar en las competiciones de madres en el parque de casa mientras daba a uno el biberón y a otro el potito, antes de fumarme un puro. Pero lo que sabía es que todo iba bien. Y en un momento en que no fue bien, me lo dijo. Cuando parecía que no crecía al ritmo de lo «esperado». Cuando estuvo en un percentil «bajo». Cuando parecía que iba a ser bajito. No hubo que hacer nada, más que seguir con su vida normal, comiendo lo que quería, como hacen los niños. Y haciendo el ejercicio que le daba la gana. O sea: igual. Y hoy es incluso más alto que su hermano.

«Doctor, mi hijo no come»

Pero alguna madre no estaba muy conforme con su forma de ser. Especialmente una vecina que, enfadada, contaba que le había dicho aquello de «Doctor, mi hijo no come». Probablemente esperando que le mandaran vitaminas, o algo que despertara el apetito al niño. Y José Luis, mi estupendo Pediatra, le respondió, impertérrito: «pues señora, que coma».

Porque no hay nada que «estimule el apetito». Bueno, menos irse a la sierra y que corran todo el día. Y porque no hay mejores vitaminas que las de la alimentación. Seguro que podía haberlo dicho con mejor tono. Con una amplia sonrisa. Con más empatía. No sé si es la respuesta que les daba a todos los que le preguntaban lo mismo o si ese día estaba especialmente cansado. Si había tenido atasco para llegar a trabajar o si se había peleado con su pareja. Pero no era una mala respuesta.

Mi vecina lo descubrió un año después. Cuando volvió a que fuera su pediatra de nuevo. Porque no he contado que, molesta, cambió a otro después de la respuesta maldita. Que seguro que también era estupendo. Pero, fíjate qué cosas, echó de menos al pediatra de la respuesta lógica, buena, racional, y quizá, incómoda. Porque puede que nos cuestione, en ocasiones, como padres. Pero eso, quizá, otro día.

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