El duelo

El encuentro personal que tenemos con la muerte es tan difícil entre los adultos, que tratamos de evitar hablar de ella.

Un Socrático. 23/10/2014
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No es fácil dar una mala noticia a un niño

La niña languidecía ante sus ojos un poco más cada día. Ya no se reía como antes con las tontunas de sus compañeros; cada vez hablaba menos y le costaba más concentrarse en su trabajo. Si le preguntaba qué le ocurría, respondía con un “nada”. Se lo había comentado a la madre: “Es normal. Acaba de perder a su querida abuela. La echa de menos”– le respondió. Sin embargo, su intuición le decía que allí había algo más. Incluso se había quedado dormida en medio de la clase de inglés que tanto le gustaba. Cuando llegó la hora del recreo le propuso  quedarse para ayudar a colocar unos carteles y la niña asintió.

– Hoy te has quedado un poquito dormida, ¿eh? ¿ya no te gusta mi clase?
– Sí que me gusta, es que… tenía mucho sueño.
– ¿No has dormido bien? ¿Estabas malita?

La niña dijo que “no” con la cabeza y unos lagrimones enormes comenzaron a recorrer sus mejillas. La profesora se acercó a darle consuelo y, entonces, la niña se le abrazó desesperadamente mientras gritaba entre sollozos: «¡No quiero que me entierren, no quiero que me entierren!».  Aunque pueda parecerles mentira, aunque piensen que lo anterior está sacado de una novela del tres al cuarto, les aseguro que la escena es real. La criatura, de seis años, vivía en un pueblo. Su abuela  había colaborado con sus padres en su cuidado, desde siempre. Pero un día enfermó gravemente y poco pudieron hacer los médicos por ella.

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La niña se imaginó que enterraban a su abuela dormida

A la niña la iban preparando: “La abuelita está muy cansada”, le decían al principio. “La abuelita está muy enferma”, le dijeron después. “La abuelita ya no puede más y se va a ir al cielo”.  La criatura pidió verla para darle un beso y decirle adiós. Los padres pensaron que era bueno que se despidiera, pero les pareció demasiado pequeña para nombrar la palabra muerte y  cuando la llevaron al dormitorio le explicaron que estaba dormida. Después, se marchó con unos vecinos que tenían niños de su edad y permaneció con ellos ajena a los acontecimientos que sucedían en otro lugar del pueblo: el velatorio y el entierro.

Pero ya he dicho al principio que se trataba de un pueblo y como los niños son seres curiosos por naturaleza, no faltaron quienes se dedicaron a cotillear en el cementerio. Así fue cómo uno de estos chicos algo mayor coincidió en el parque con nuestra niña y sus vecinos y, sin más contemplaciones, le contó que había visto enterrar a su abuela, dando todo tipo de detalles importantes para un chico de diez años: picos, palas, cuerdas, féretro, tierra…

El resto se lo pueden imaginar. Los niños tienen una fantasía desbordante. La criatura no dijo nada pero pensó en su yaya dormida enterrada por equivocación y sin poder volar al cielo. Y se le ocurrió que esos hombres podían volver a equivocarse y llevársela a enterrar a ella también, o a sus papás, cuando estuviesen dormidos. Por eso no quería dormir por las noches y permanecía vigilante hasta que le vencía el sueño.

Esta anécdota, que se antoja surrealista, ilustra una realidad: el encuentro personal que tenemos con la muerte es, en términos generales, tan difícil entre los adultos, que tratamos de evitar hablar de ella como intentando evitar el mal fario. El enfrentamos a la necesidad  de poner a nuestros hijos cara a cara con la cruda realidad explicándoles algo tan complejo y desconocido para nosotros como es la muerte, nos puede parecer tarea de titanes. Por eso creo que es importante tener presentes algunas claves. Aunque sean para edades genéricas, no todos los consejos sirven para todas las edades. El sentido común y el conocimiento de los chicos nos  ayudará  a discernir lo más adecuado en cada caso.

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Hay que intentar dar la noticia al niño lo antes posible buscando un lugar adecuado

Cuándo y cómo dar la noticia. Aunque resulte difícil hablar de la muerte con el niño, es mejor hacerlo lo antes posible. Se debe buscar un momento y un lugar adecuado, pasadas las primeras horas más dramáticas y  confusas, y explicarles lo ocurrido con sinceridad y sencillez. Por ejemplo: «Ha ocurrido algo muy triste. Papá ha muerto. Ya no estará más con nosotros porque ha dejado de vivir. Le queríamos mucho y sabemos que él también nos quería. Lo vamos a echar mucho de menos, muchísimo»Si la muerte fue por suicidio, tarde o temprano, se acabarán enterando, por eso es mejor contárselo y tratar de responder a sus preguntas.

¿Por qué ha muerto? Responderles a esta pregunta es difícil. No pasa nada por reconocer que no tenemos respuesta. Es bueno que sepan que le ocurre a todo el mundo y que tarde o temprano a todos nos llega la hora. Algunos niños pueden creer que algo que pensaron, dijeron o hicieron causó la muerte, por eso debemos decirles con calma, pero con firmeza, que no ha sido culpa suya.

¿Qué se debe hacer? Mantenernos cerca de nuestros hijos, tanto física como emocionalmente. Besarlos, abrazarlos, llorar con ellos… incluso se puede dejar que duerman cerca, aunque mejor en distinta cama. También es bueno que les dejemos su espacio en algún momento aclarándoles que estaremos cerca por si nos necesitan. Los niños muestran una gran inseguridad ante la muerte por lo que será a partir de ahora con ellos, por eso es bueno tranquilizarles y asegurarles que les seguiremos queriendo y haciéndonos cargo de ellos. Es la vuelta a la rutina y a sus actividades cotidianas y conocidas lo que ayudará a nuestros pequeños a salir adelante, por eso tras esta situación no es un buen momento, por ejemplo, para cambiarles de colegio o para imponerles nuevas exigencias.

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Es bueno dejar espacio a nuestros hijos en algún momento para su reflexión

Permitir que participe en los ritos funerarios. Animar a nuestros pequeños a asistir y participar en estos actos puede ayudarles a comprender qué es la muerte y a iniciar mejor su proceso de duelo. También da buen resultado el poder explicarles con antelación qué verá, qué escuchará y el porqué de estos ritos.

Muchos niños tienen ideas falsas sobre el cuerpo. Es aconsejable que sepan  que deja de moverse del todo y para siempre, que ya no siente nada e insistir en que la muerte no es una especie de sueño y que la persona no volverá a despertarse. Si el niño no quiere ver el cadáver o participar en algún acto, no debemos obligarle o hacerle sentir culpable por ello.

Si por desgracia estamos demasiado afectados para ocuparnos de las necesidades de nuestro hijo, es conveniente que otra persona (un familiar o amigo de la familia) se ocupe de atenderle y se responsabilice de acompañarle durante la ceremonia (preferiblemente alguien cercano al niño, que le permita expresar sus emociones y se sienta cómodo contestando sus preguntas).

Animarle a expresar lo que siente. Los menores viven emociones intensas tras la pérdida de una persona amada aunque no las expresen siempre. Si perciben que las cosas que sienten pueden ser aceptadas por su familia, las expresarán más fácilmente, lo que les ayudará a superar más rápido el proceso de duelo. Frases como: «no llores», «no estés triste», «tienes que ser valiente», «no está bien enfadarse así», «tienes que ser razonable y portarte como un grande», pueden cortar la libre expresión de emociones e impiden que el niño se desahogue. Hay que tener en consideración que su manera de expresar el sufrimiento por la pérdida, no suele ser un estado de tristeza y abatimiento como el de los adultos. Es más frecuente apreciar cambios en el carácter, variaciones frecuentes de humor, disminución del rendimiento escolar, alteraciones en la alimentación y el sueño…

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Es bueno que el niño llore y demuestre sus sentimientos

Aspectos a tener en cuenta:

  • Es habitual que después de una pérdida nuestros pequeños manifiesten ansiedad y estallidos de cólera. La ansiedad se debe a que temen volver a sufrir una nueva pérdida. Algunos, se ponen furiosos por el mismo hecho de la pérdida. Es importante que entendamos que los estallidos de ira del menor se deben a la ausencia del fallecido no a problemas de carácter.
  • Acompañar a nuestros hijos en duelo significa ante todo no apartarle de la realidad que se está viviendo, con el pretexto de ahorrarle sufrimiento. Incluso los niños más pequeños, son sensibles a la reacción y el llanto de los adultos, a los cambios en la rutina de la casa, a la ausencia de contacto físico con la persona fallecida…, es decir, se dan cuenta que algo pasa y les afecta.
  • Solamente en el caso de muertes repentinas e inesperadas, sería aconsejable apartar a nuestros hijos durante las primeras horas. Los niños pueden y deben percibir que los adultos están tristes o que lloran, que lo sienten tanto como ellos, pero evitaremos que pueda presenciar escenas desgarradoras de dolor y pérdida de control de los adultos.
  • «El tiempo lo cura todo» no se aplica en el caso de los menores que sufren la pérdida por muerte de un ser querido. El paso del tiempo ayuda a calmar la intensidad del dolor y desdibujar los recuerdos, pero en sí mismo, no es curativo. Por eso hay que intentar ser paciente pero firme, fomentar una autoestima positiva, dejarles elegir, enseñarles a resolver los problemas, mantener la familia unida, y sobre todo, darles permiso para ser felices.

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