Los jabones de los Medici

La Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella lo ha tenido todo a su favor para durar 400 años.

Ana Fernández Regal. 13/11/2014
Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella
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Cuando los frailes dominicos llegaron a Florencia en 1221 y comenzaron la construcción de su monasterio a las afueras de la ciudad también colocaron, sin pretenderlo, la primera piedra de una de las casas de perfumes y cosmética en funcionamiento más antiguas del mundo: La Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella.

Los maravillosos jabones de la casa florentina huelen a Renacimiento italiano, una época dorada para la perfumería gracias a la exaltación de la belleza y la sensualidad, la influencia de nuevas materia primas llegadas de territorio inexplorados hasta entonces, y figuras como Catalina Sforza, Isabel y Alfonso de Este, Lucrecia Borgia o la familia Medici. La perfumería florentina era la vanguardia y desde Toscana la tendencia invadió Francia e Inglaterra. 

Los frailes de la orden dominicana estudiaron en profundidad las propiedades de las hierbas que cultivaban en sus jardines. Las preparaciones que elaboraban a partir de esas investigaciones -medicamentos, bálsamos y ungüentos- se obtenían en la pequeña enfermería del monasterio y eran usadas por los propios frailes y otros miembros de la comunidad para curar dolencias y mantener la salud en buen estado.

Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella

En 1612 se abrió la farmacia al público, obteniendo del Gran Duque de Toscana el derecho a ostentar el título de Botica de su Alteza Real. Los dominicos comenzaban oficialmente su actividad comercial, vendiendo sus productos curativos a todo aquel que lo necesitase. El contexto político en Florencia en los siglos XVI y XVII explica el enorme desarrollo de la farmacia del monasterio; Cosme de Medici inauguraba una dinastía de dirigentes amantes de las artes y las ciencias que se prolongó durante siglos; se construyeron jardines de plantas medicinales en Pisa y Florencia; se publicó el Recetario Florentino, considerado la primera farmacopea de la historia; y se fundó la Accademia del Cimento, la primera sociedad científica de Europa.

El nombre que los frailes eligieron entonces -y que se mantiene 400 años después- destacaba su trabajo como perfumistas frente a los aspectos curativos de sus creaciones. Una apuesta inteligente si tenemos en cuenta que su fama corre como la pólvora a raíz de crear para Catalina de Medici el Agua de la Reina -la actual Agua de Colonia de Santa Maria Novella- gracias a quien introdujeron sus elaboraciones en la corte francesa. Y como emblema, un escudo en blanco y negro en alusión a los colores de los hábitos de los dominicos: una túnica blanca, como símbolo de la pureza, y una capa negra con capucha, como símbolo de penitencia. La estrella recordaba el nacimiento de Santo Domingo, fundador de la orden, mientras que el sol representaba el rostro de Cristo.

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Durante el siglo XVIII, la fama de los productos y fórmulas de los frailes se extendió hasta Rusia, India y China. Ya en 1886, después de que el Estado confiscara a la Iglesia sus propiedades, la empresa pasó por primera vez a manos laicas, en concreto a las del sobrino del último dominico que dirigió la Officina.

En la actualidad, La Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella conjuga tradición e innovación en un amplio porfolio de productos, con puntos de venta en los cinco continentes. La bellísima tienda de la Via della Scala de Florencia exhibe entre frescos, angelotes, elegantes molduras y guirnaldas doradas de frutas y flores jabones naturales preparados según fórmulas centenarias. Unos jabones que se estampan con máquinas antiguas y son empaquetados a mano uno a uno después de descansar durante casi un mes en armarios ventilados para eliminar el exceso de agua. Y aunque sin vitrinas ni mostradores del siglo XVII, las tiendas propias de la Officina en España –situadas en Madrid, Barcelona y Valencia- son realmente encantadoras y otra razón más para perfumarse en pleno siglo XXI como lo haría la Venus de Botticelli.

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