Los Diarios de Canela. Rutinas.

Soy una perrita previsible y ecologista. Me acomodo en rinconcitos y funciono con energía solar

Sebastián Puig Soler. 04/02/2015
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Canela en la cocina

 

Mi amo es un paparazzi frustrado: siempre está con la cámara del móvil preparada, dispuesto a retratarme en las situaciones más comprometidas. Y lo malo es que luego no me pide permiso para publicar esas fotos cuando le dicto mis diarios. No sé cómo va esto de los derechos de autor perrunos, pero seguro que en algo debería beneficiarme. Había pensado en consultar a la SGAE, pero están en España y no les veo muy puestos en el star system canino. En fin, la perra vida de una. Aunque bien mirado, no tanto.

Lo cierto es que me he vuelto una comodona. Aquellas efusiones juveniles de juego, carrera y fiesta han dado paso al plácido discurrir de una bien ganada madurez. Y como mis huesecitos ya no son los mismos, necesito acomodarlos adecuadamente, siempre según el momento del día y de las condiciones ambientales. Ya saben que una es muy exquisita.

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La cueva de Canela

 

En este cuchitril que ven en la foto paso las noches, más recogida que un monje cartujo. Me gusta dormir en cubículos bajo techo, como Asterix, no me vaya a caer el cielo sobre la cabeza. Suelo hacerme un ovillo al fondo de la jaula, aunque a veces asomo hocico y patas delanteras, cuando intuyo que algo se está cociendo, especialmente si se trata de comida. Pero de eso hablaremos en otra entrega.

Cuando me canso de la cueva y quiero echarme otra cabezada, cuan larga soy, paso al sofá adjunto, un modelo de lo más fashion que mi amo compró en un momento de debilidad consumista y que suele ser también mi cama veraniega y zona de seguridad cuando me riñen por alguna cabezonería. Mi sofá, mi patria.

 

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Canela en su sofá

 

A pocos metros de la zona del sofá se halla el lugar más estratégico de la casa: la cocina (ver foto de portada). Allí tengo mi cestita-atalaya: sirve tanto de punto de vigilancia sobre los afanes culinarios de la jefa de la casa, como de solárium para los primeros rayos matutinos, que vienen de la terraza y proporcionan un fantástico calorcito tempranero a mis fatigados cuartos traseros. Se trata de un espacio ideal para reposar durante mi rato favorito del día: el desayuno junto a mi ama.

 

Como el sol tiene la caprichosa manía de no quedarse quieto, debo perseguirlo por toda la casa. Siguiente estación: el salón. Un buen sitio, amplio, despejado y luminoso, aunque como ven, yo prefiero estar más bien delimitada por los cuatro puntos cardinales. Saber que tienes vanguardia, retaguardia, lomo y barriga protegidos por obstáculos artificiales te otorga ese plus de tranquilidad tan necesario para dormitar felizmente. Porque dormitar es una cosa muy seria, en la que los perros nos empeñamos con toda profesionalidad.

 

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Canela en el salón y aprovechando el sol de la ventana

 

Finalmente, el astro rey asciende y yo con él: subo las escaleras que llevan al dormitorio y me dedico a mi sesión diaria de “Windows”. Me gustaría que me viera Bill Gates: a lo mejor me contrata. Este es el momento cumbre de mi sesión de tueste solar; a partir de entonces la luz declina y yo puedo dedicarme a otras cosas, como seguir marcando de cerca los movimientos de mi ama, castigar de vez en cuando mis cojines, juguetear con la pelota… y seguir durmiendo. ¿Qué habían pensado?

Por todo lo descrito, dicen que soy una perrita feliz. No voy a desmentirles, es cierto. Hay una cita que mi amo tiene apuntada en su Moleskine que define muy bien ese tipo de felicidad sencilla y abarcable. Es de una humana muy bella llamada Fraçoise Sagan“La felicidad para mi consiste en gozar de buena salud, en dormir sin miedo y despertarme sin angustia”Sean ustedes también felices. Hasta la semana que viene. Un cariñoso lametón. Canela dicta su dario a Sebastián Puig, cuyo blog personal es Esto Va de Lentejas.

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