La Pirámide de Maslow, Canela Edition
Las prioridades vitales de una perrita no tienen por que coincidir con las de sus amos. De hecho, casi nunca lo hacen.
Para variar, mi amo me ha pillado con las manos en la masa. Mejor dicho, con las patas en la mesa, dándolo todo para estirarme dentro de los límites que permite mi corta longitud. En la foto no se muestra lo que trato de divisar con tanto esfuerzo, pero ya pueden imaginárselo: comida.
Cuidado: no sonrían. Para un perro, y muy especialmente para mí, el tema de la alimentación es muy serio, así que chanzas las justas ¿estamos? La madre naturaleza ha dispuesto mis neuronas de tal manera que mis genes predatorios dominan mi mapa cerebral. No resulta un capricho, pues. Es genético. A este respecto, mi amo dice que hay una teoría psicológica que los humanos estudian y que se llama la pirámide de Maslow de las necesidades humanas.
La cosa funciona así: a medida que los humanos van satisfaciendo las necesidades más básicas, por lo visto desarrollan necesidades y deseos más elevados. Estas necesidades se agrupan en distintos niveles formando la pirámide del dibujo, de forma que las necesidades situadas en su parte superior sólo requieren la atención de los humanos cuando tienen satisfechas las necesidades más básicas o aquellas que se colocan en la parte inferior de la pirámide. Viendo la pirámide, una entiende por qué mis amos son tan complicados y porque los homo sapiens son a veces tan infelices y los canis lupus familiaris nos acomodamos tan bien a las circunstancias de la vida: los humanos tienen demasiadas necesidades.
Le he pedido a mi amita que rehaga esa pirámide tan complicada siguiendo mis indicaciones y el resultado ha sido el siguiente:
¿A que todo se simplifica y resulta más claro? Para tenerme contenta, SIEMPRE hay que empezar por la comida. Y no una comida cualquiera: donde se ponga un filetito, algo de carne picada, un trocito de pavo o una rodajita de salchicha de Frankfurt que se quite todo el pienso para perros del mundo, por muy “gourmet” que sea. Si no veo un poquito de manduca humana en mi comedero (o en su defecto, alguna chuche o carne de lata), no hay Pedrigree Pal que valga. Pero no soy exquisita: las sobras de la comida o la cena me sirven (espaguetis incluidos), y tan solo me basta una pizquita para arrancar. Es como la chispa que despierta mi apetito. Empiezo con eso y luego me como tan alegremente el pienso. Pero siempre en ese orden.
A veces, mis amos tienen dudas sobre lo que puedo o no puedo comer, pero luego ven mi tipo fino y mi saludable estado y se dejan convencer. Ellos siempre dudan, yo no. Hace mucho tiempo que me guío por un sencillo árbol de decisión. Y oigan, nunca me ha fallado:
Satisfechas por partida doble las necesidades alimentarias, necesito sol y descanso. Mucho de ambas cosas, como bien les expliqué la semana pasada. Poco más que reseñar al respecto. La vida hay que saber vivirla ¿no? Relajada y retostada, me dejo querer por mis amos: mimos, paseos, juegos… ya saben, esas cosas que nos hacen felices a todos, pero especialmente a ellos (aunque pocos lo reconozcan). Pero sin abusar ¿eh?
Finalmente, en lo más alto de la pirámide, está aquello que me realiza como perrita una vez tengo el buche lleno, los huesos acomodados y calientes y mi ración de actividad cumplida: la atención y el cariño de mi ama, la indiscutible líder de la manada de los Puig Barreiro, a quien reconozco y sigo como tal. Pero esa será otra historia, queridos. Hasta entonces, recibid mis más afectuosos lametones desde North Bethesda, Maryland, Estados Unidos.