El niño de la ballesta. Claves para detectar la psicosis infantil

Difícilmente comprendemos muchos de los sucesos que últimamente más nos han llamado la atención porque, entre lo macabro y lo endulzado, poco hay de realidad en lo que los medios de comunicación nos cuentan sobre la psicosis.

Ana Villarrubia. 30/04/2015
Anthony Perkins encarnó al psicópata Norman Bates en Psicosis. Foto: Book Riot
Anthony Perkins encarnó al psicópata Norman Bates en Psicosis. Foto: Book Riot
Anthony Perkins encarnó al psicópata Norman Bates en Psicosis. Foto: Book Riot

El pasado 20 de abril un alumno de un instituto Barcelonés, de 13 años y por tanto inimputable, mataba a un profesor y hería a otras cuatro personas tras entrar en el centro armado con una ballesta, un machete y un cóctel molotov con el que habría pretendido causar un daño aún mayor. El profesor que lo redujo ha contado que el chico le dijo que “oía voces” y la consejera de Sanidad se apresuró en declarar que el joven “podría haber sufrido un brote psicótico”. Esta misma semana se habla también de psicosis a raíz del caso del llamado “descuartizador de Majadahonda”, que podría haber interrumpido la toma de su medicación antes de asesinar presuntamente a su inquilina en el garaje.

Desde el punto de vista social las psicosis generan tanto miedo y recelo como desasosiego e incertidumbre. A pesar de que el cine nos las ha presentado en ocasiones con morbo o frivolidad, las psicosis lamentablemente poco tienen de intrigantes y menos aún de excéntricas y creativas. Después de la icónica Psicosis (1960) pocos son los trabajos que han relatado con sensibilidad este incomprendido campo de la enfermedad mental, y menos numerosas aún son las muestras de una fiel divulgación de la psicosis en el mundo infantil.

Fotograma de 'El Rey Pescador' con Robbin Williams. Foto: cine365
Fotograma de ‘El Rey Pescador’ con Robbin Williams. Foto: cine365

Por otro lado, en los medios de comunicación rara vez se nos instruye sobre la psicosis si no se hace asociadándola a un asesinato o suceso escabroso. Es normal, visto lo visto, que nos aterre la idea de una mente “perturbada” cuyas extrañas e increíbles conexiones puedan llevar a una persona a cometer hechos atroces. Pero el psicótico no es un psicópata, como he llegado a oír estos días en varios programas de televisión. El psicótico rara vez hace más daño a otros que a sí mismo (alrededor del 6% de los individuos con esquizofrenia fallece por suicido y alrededor de un 20% lo intentan al menos una vez). Ahora bien, el psicótico, en pleno apogeo de sus síntomas, no distingue el bien del mal y se sumerge es de una percepción de la realidad desmedidamente distorsionada hasta la desconexión con la misma.

Por eso el caso del niño de la ballesta nos horroriza antes de llegar a conmovernos. Su inimputabilidad viene impuesta por la edad pero, en caso de confirmarse la hipótesis del brote psicótico, bien podría quedar exento de responsabilidad penal también con motivo de su grave alteración psicológica en el momento de cometer el crimen. Y hablamos de un asesinato, no de un daño colateral cualquiera. El debate moral está servido.

El elemento fundamental que caracteriza un trastorno psicótico de otros problemas mentales es precisamente éste: la pérdida de contacto con la realidad. El espectro de la esquizofrenia, el más conocido de los trastornos psicóticos, suele ser reconocible por la aparición de sus síntomas más llamativos y conocidos (síntomas conocidos como ‘positivos’ en tanto en cuanto se diferencian de los que implican mayor aplanamiento): el delirio, la alucinación y un pensamiento discursivo o un comportamiento notablemente desorganizados.

Edward Norton en El Club de la Lucha
Edward Norton en El Club de la Lucha

Adultos que han sufrido los síntomas y las consecuencias de episodios psicóticos aprenden a identificar señales de alarma: parte inicial de su tratamiento consiste en identificar síntomas y signos concretos que han antecedido a su brote, para que sean capaces de interpretarlos como la antesala de un episodio agudo en caso de volver a producirse. En otras palabras, se les dan herramientas de autoconocimiento y autorregulación. Cosa que es más compleja en el caso de una persona tan joven. Un adolescente con un historial reciente de síntomas psicóticos no tiene ni la experiencia ni la madurez necesarias para hacer este análisis introspectivo y , en muchas ocasiones, no llega a ser consciente ni de la necesidad de pedir ayuda.

Sin embargo, la psicosis no es imposible de detectar en un niño o adolescente. Tres son los niveles de análisis a los que padres y allegados pueden estar alerta:

1. Algunos síntomas del trastorno psicótico sí pueden ser observables en el adolecente que empieza a presentar síntomas. Por ejemplo, es habitual que  el joven comience a aislarse e inhibirse en sus intercambios con los demás, de manera mucho más llamativa de lo que sería esperable para un adolescente o pre-adolescente, hasta el punto de que su vida social puede llegar a verse claramente afectada. En este contexto suelen identificarse también manifestaciones emocionales que resultan extrañas para quien las observa: afecto aparentemente aplanado en el que se entremezclan cambios repentinos de ánimo y periodos de una aparente ausencia total de emocionalidad. Es el tipo de síntoma al que padres y familiares más cercanos  prestarían más atención.

Natalie Portman en Black Swan. Fotografía:
Natalie Portman en Black Swan. Fotografía: Fox Searchlight Pictures

2. A pesar de su relevancia, estos últimos no son los síntomas más llamativos para quienes rodean al adolescente en otros ámbitos. Al grupo de compañeros les llama especialmente la atención la aparición de un interés exacerbado por ideas que se consideran raras o extravagantes. Este interés puede llegar a ser absorbente y acaparar toda la atención de la persona que se percibe a sí misma “desde fuera”, como espectadora de su propia vida al servicio de estos intereses intrusivos. En estos casos la persona se pierde en divagaciones sobre cuestiones que suelen vincularse la mundo de la filosofía, la política o la religión. Estas ideas parecen escapar al control de la mente y se sacan absolutamente de contexto. De confirmarse la psicosis en este caso, el ejército y la armamentística encajarían a la perfección dentro de este “interés absorbente por ideas extravagantes”.

3. Por último, los delirios y alucinaciones serían los síntomas de mayor visibilidad y también de mayor riesgo. Igual que los delirios de persecución de Perry en El Rey pescador (1991) y que las alucinaciones visuales de Nina en Cisne negro (2010) que acaban por incapacitarla para distinguir realidad de ficción,  los síntomas que mayor desconexión con la realidad nos indican se corresponden con la expresión de estas ideas delirantes o con la aparición de alucinaciones perceptivas de cualquier tipo.

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