La depresión no es un cuento chino

Con 4 millones de diagnósticos en España y 20 millones en Europa, la depresión es una enfermedad tan frecuente como incomprendida.

Ana Villarrubia. 24/09/2015

He escuchado más de una vez a más de una persona (normalmente fuerte en apariencia pero no por ello gozosa de un buen equilibrio emocional) que “la depresión es de débiles” y que “yo jamás podría estar deprimido/a”. No nos envalentonemos tanto. Las personas resilientes, con arraigada sensación de control sobre su propia vida y vínculos afectivos sólidos son ciertamente menos proclives a sufrir una depresión.  Sin embargo, con mayor o menor riesgo, con mayor o menor vulnerabilidad, nadie vive exento de sufrir una depresión.

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Nadie vive exento de vivir una depresión

La depresión es un diagnóstico más frecuente entre las mujeres que entre los hombres (cierto es que nosotras también acudimos en mayor proporción a las consultas médicas y psicológicas y, por tanto, somos más fácilmente diagnosticables) pero, más allá, no hay ningún tipo de diferencia social. El dinero no da la felicidad y tampoco protege frente la depresión.

Lo material es imprescindible para garantizar ciertas condiciones de vida. Pasado un umbral económico mínimo denominado “de subsistencia”, ricos y no ricos son igualmente susceptibles de ser felices o de caer en depresión. La buena salud, las relaciones sociales gratificantes, el reconocimiento laboral,  los objetivos de vida, el disfrute de nuestras aficiones, los afectos que recibimos, las interacciones del día a día, los refuerzos que recibimos… Todas las áreas de nuestra vida pueden ser generadoras de conflicto o fuentes de satisfacción. Todo depende, además, de la forma en la que vivimos nuestra vida y del modo en el que interpretamos el mundo en el que nos ha tocado vivir.

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Hasta las personas más felices pueden caer en una depresión

Quien no ha sufrido nunca un episodio depresivo encuentra muy difícil comprender qué es eso de la depresión. Valores personales bien arraigados en nuestra educación como el trabajo o el esfuerzo nos llevan a pensar que eso de estar deprimido es “un cuento chino” del que se nutren personas con poca fuerza de voluntad o mucha vaguería. Nada más lejos de la realidad. Si bien es verdad que entre las miles de bajas por depresión que se conceden cada año se puede colar algún que otro farsante, lo cierto es que la depresión es un verdadero trastorno mental cuyas consecuencias para quien la padece pueden llegar a ser fatales.

La persona diagnosticada acertadamente con depresión no finge, ni siquiera es capaz de ello. El desinterés y la desmotivación reinan en un día a día en el que se anticipan consecuencias negativas a cada acontecimiento que esté por venir. Cuando hablamos de un estado de ánimo deprimido (con diagnóstico de Trastorno de depresión mayor o con diagnóstico de Trastorno depresivo persistente, lo que comúnmente se conoce como distimia) hablamos de sentimientos, conductas y actitudes que se mantienen a lo largo de la mayor parte de cada día, durante la mayor parte de los días.

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La persona con depresión no tiene fuerzas ni para fingir estar mal

La persona se siente vacía, sumida en una vida desprovista de sentido, sin ningún tipo de esperanza. Pierde el placer tanto por las actividades cotidianas como por aquellas que habitualmente resultaban agradables, hasta el punto de restringir la actividad al máximo posible. Con independencia de lo que se vea desde fuera (llanto, mirada perdida, rostro lánguido, pérdida o aumento de peso), incluso aunque desde fuera no se note gran cosa, la persona con depresión se siente inútil, culpable por cosas que no le corresponden, está cansada la mayor parte del día, se mueve y habla más despacio, y muchos de sus pensamientos tienen que ver con la muerte. La pérdida de interés por la vida es tal que puede llevar al suicidio. Por mucho que desde fuera aparentemente “no duela”, esto no quiere decir que la depresión no implique un sufrimiento real e incapacitante.

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No en vano, el 95% de los suicidios consumados que tienen lugar en Estados Unidos cada año tiene como protagonista a una persona que en el último mes ha mostrado síntomas de depresión o ha confesado incluso su intención de quitarse la vida con algún profesional sanitario. Por lo que se ha sabido después de investigar a fondo cada uno de esos casos de suicidio, si la depresión viene originada en un contexto de alcoholismo, drogadicción o desarraigo las posibilidades de que ésta acabe en suicido se disparan. Depresión y drogas son el fatídico cóctel que ha servido de facilitador en muertes tan sonadas como la de Marilyn Monroe, Kurt Cobain, Antonio Flores, Robin Williams o Philip Seymour Hoffman, entre otros muchos desgraciados casos.

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Las mujeres tienen un índice más alto de diagnósticos depresivos

Si, como decíamos antes, todos somos vulnerables frente a la depresión, con el suicidio no ocurre lo mismo. Ante la posibilidad de recurrir a este fatal desenlace se aprecian diferencias culturales y de género que considero llamativas. En primer lugar, los países hispanos tienen tasas de suicidio menos elevadas que los anglosajones y mucho menos elevadas que los nórdicos; algo que los expertos se explican atendiendo a factores religiosos y ambientales. Por un lado, el suicidio es considerado un pecado desde el catolicismo y por tanto menos frecuente en sociedades muy creyentes. Por otro lado, las pocas horas de luz unidas al estilo de vida menos social de los países septentrionales, contribuirían también en mayor medida al agravamiento de los problemas relacionados con la salud mental. En segundo lugar, en cuanto a la incidencia poblacional en hombres y mujeres, de manera generalizada son más numerosos los intentos de suicidio entre las mujeres, pero el número de suicidios consumados es muy superior en los hombres.

Según los datos que maneja la Organización Mundial de la Salud, la Depresión es un trastorno emocional que afecta a más de 350 millones de personas en el mundo. Se calcula que, de entre ellos, 20 millones son europeos y cuatro millones de los diagnosticados con depresión en Europa son españoles. No parece un fenómeno sin importancia.

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Cuatro millones de depresiones se diagnostican en España al año

El estrés experimentado en el trabajo, es una de los principales orígenes de un proceso depresivo: el diagnóstico de ansiedad sostenido en el tiempo y sin respuesta da lugar de manera muy frecuente a otro diagnóstico por depresión que, para entonces, es ya un cuadro complejo. Incluso en el deporte de élite, donde muchos atletas coinciden en señalar la relevancia de la figura del psicólogo del deporte como ayudante en una trayectoria de éxito, la depresión amenaza en el deporte como consecuencia de una carrera llena de presión, auto exigencia, objetivos difíciles de alcanzar y frecuentes frustraciones que uno no siempre está preparado para encajar. Las consecuencias de procesos ansioso-depresivos en el ámbito del deporte abarcan desde bajas y retiradas como la de Sebastian Deisler, prometedor centrocampista del Bayern de Múnich, hasta el trágico final del conocido ciclista Marco Pantani que, como se pudo saber después de aparecer muerto en una habitación de hotel en Rimini en escabrosas circunstancias, había sufrido un trastorno depresivo considerado grave desde que se le asoció con el dopaje en 1999.

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La depresión ha sido durante muchos años la primera causa de baja laboral en España. Y, entre las profesiones más castigadas, las bajas por depresión entre los docentes suelen duplicar o incluso triplicar el número de bajas por el mismo motivo entre otros profesionales.  A lo largo de estos últimos años de crisis económica, la depresión como causa de baja laboral ha pasado a un segundo puesto, por detrás de los cuadros osteomusculares (lumbalgias, dolores cervicales, esguinces o tendinitis…); algo que desde la Sociedad Española de Psiquiatría no se explica por una bajada de la incidencia de esta enfermedad sino por un aumento del miedo a perder el trabajo en un contexto laboral más incierto.

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El suicidio es una consecuencia de la depresión

En otras palabras, no es que haya menos deprimidos en general, es que por desgracia hay menos personas con depresión dispuestas a acudir a su médico de cabecera y contárselo por miedo a que se les conceda una baja laboral que les haga más vulnerables a perder su puesto de trabajo. Posiblemente porque ya se vislumbra el final de la crisis, por el ritmo que llevamos en este 2015 todo apunta a que las bajas laborales tanto por depresión como por otros problemas volverán a aumentar. Las bajas por depresión laboral son especialmente costosas tanto desde el punto de vista personal como desde el punto de vista social porque son también de las que más tienden a prolongarse en el tiempo.

En este panorama, varios son los frentes en los que queda mucho trabajo por hacer. Desde el punto de vista social, comprender y no estigmatizar la enfermedad parecen fundamentales para no agravar la situación de quienes la padecen. Sin embargo, donde es verdaderamente relevante poner el énfasis es en la detección precoz: el diagnóstico temprano y la identificación clínica de señales de alarma son las mejores herramienta posibles. Sólo con una intervención temprana se garantiza la salud física y psíquica de los pacientes antes de que su deterioro pueda llegar a marcar toda su trayectoria vital y la de sus familiares. La figura del psicólogo clínico, lejos de ser “ese al que acuden los locos” es fundamental para trabajar y prevenir los síntomas depresivos desde el momento de su aparición.

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