Un hermoso planeta llamado Bolivia
Dedicado a Adolfo, sin él que nos acompañó paciente los tres días en Bolivia seguramente no habríamos apreciado tantos detalles, ni la pasión boliviana hubiera llegado tan profunda a nuestros corazones. Gracias.
En mi expedición por Atacama no podía faltar un salto al país vecino, Bolivia. De hecho hasta 1879 Atacama y 400 kilómetros de costa al Pacífico fueron bolivianos. Territorios que perdieron tras la Guerra con Chile. Cruzar a Bolivia es viajar a otro planeta. Cierto es que el desierto de Atacama ofrece paisajes lunares nunca vistos. Pero el sur de Bolivia es tan sorprendente que ni siquiera la cara oculta de la luna se le aproxima.
Cruzamos por el puesto fronterizo de Hito Cajón. Nuestra ruta comienza a 4.480 metros de altitud. Un sencillo papeleo en la aduana y nuestro 4×4 se convierte en la nave espacial que nos conducirá los próximos tres días a través del planeta Bolivia entrando por la Reserva Natural de Fauna Andina Eduardo Avaroa.
Nos recibe la Laguna Blanca. Nada más verla comprendo que a partir de ahora, todo lo que veré quizá no sea real. Junto a ella, como unidas por arte de magia, La Laguna Verde. Verde esmeralda provocado por su alto contenido de magnesio, explican los expertos que nos acompañan. Verde esmeralda como en un sueño, pienso yo. Licancabur desde su otro lado, emerge exigiendo omnipresencia.
Deslumbrados por la mezcla de colores que puede llegar a tener un desierto en el altiplano, avanzamos por caminos de tierra hacia el Salar de Chalviri cuando nos cruzamos con piedras que bien pudiera haber colocado Dalí en aquel lugar. Una de sal y una de arena a 4.400 metros de altitud. La jornada va in crescendo, como la altura en el altiplano.
Géysers y fumarolas dominan ahora el ambiente. Huele a intenso azufre. La tierra vive, ruge y hierve por dentro. Nadie quiere que se enfade. Camino entre vapor y viento. Sólo se escucha un grave grito que emerge entre las grietas. ¿Dónde estoy? Los rojos se funden con ocres y amarillos y un manto fantasmagórico convierte el espectáculo en inquietante escena. Es el Sol de Mañana con sus pozos volcánicos dejando ver la hirviente lava. Hemos llegado a los 4.900 metros de altitud. Un pequeño paso te deja sin aliento. O quizá sea el paisaje que se abre ante mis ojos.
El desierto vuelve a aparecer infinito y de pronto todo cambia de nuevo. Esto sí que no es posible. Caminamos lentamente hacia los flamencos que habitan la Laguna Colorada. Tokoko, chururu, jututu. El planeta no me ha enseñado su idioma, son los nombres de los tres tipos de flamencos que comparten laguna. Rojo y rosa, líneas blancas, ocres volcanes. Sólo el azul del cielo me enlaza con mi mundo. El resto es fantasía.
Siloli, el desierto de Siloli pondrá fin al primer día. El coche amortigua las piedras del camino y mi mente no quiere amortiguar belleza. Ahora es un árbol de piedra quien habla. Habla del paso del tiempo, de geología, de la historia de la creación. Cuánta sabiduría encierra la naturaleza. Ella siempre tan grande, nosotros siempre tan pequeños y cuántas veces la ninguneamos. Gigantes formaciones rocosas erosionadas para mostrar su fortaleza. Pura vida escrita en piedra y arena.
Desde el hotel Tayka a 4.600 metros, contemplo el más bello atardecer sobre el Saloli mientras disfruto de un “matesito” de coca para recuperar oxígeno.
Amanece en el desierto y partimos hacia El Salar de Thunupa, solo 12.500 km2 de sal que, caprichosa, dibuja pentágonos a su libre albedrío. Lo conocen como Uyuni. La más grande y blanca inmensidad deslumbra mis verdes ojos. La sal cruje bajo las ruedas, no hay camino. Se hace camino al andar. Llegamos a la isla Incawasi o isla del Pescado.
Allí almorzaremos rodeados de cactus gigantes. Apenas un centímetro crecen por año. Calculamos, más de cien años tienen la mayoría. El infinito se tiñe de blanco y nuestros ojos aprecian la curvatura terrestre como si el ojo de pez se hubiera apoderado de nuestras retinas. La experiencia acaba de comenzar.
Recorrer Uyuni en bicicleta es como aterrizar con tu propia nave en el planeta de la sal. La imaginación se colapsa mientras el cuerpo no quiere dejar de pedalear. Recorremos 35 kilómetros en línea recta hasta que el atardecer nos sorprende pintando de naranja el salar.
Si el hotel del desierto era un lugar único en el mundo, el hotel Luna Salada sorprende por estar totalmente construido con grandes bloques de sal, incluso el suelo de todo el hotel y de las habitaciones son granos de sal gorda. Efectivamente estamos en otro planeta. Todo es tan único y diferente a cualquier otro paisaje que parece irreal, un sueño, una ilusión.
Nadie quiere despertar del sueño. Pero toca volver a la tierra. Regresar a nuestro mundo para contar que hay un planeta llamado Bolivia. *Más información para viajar a Bolivia. *Fotografías: Carla Royo-Villanova. *Portada: Carla en la Laguna Colorada.