¿Por qué sentimos vergüenza?

A través de ella mostramos nuestra predilección grupo el grupo. Pero, ¿por qué nos sonrojamos en público?

Ana Villarrubia. 21/01/2016
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He defendido ya en más de una ocasión la función evolutiva de nuestras emociones. Incluso las más incómodas, como la ansiedad, el miedo o el enfado, han cumplido una función (ya sea social o de auto protección) en la historia de nuestro desarrollo como especie. La ansiedad nos prepara para la huida (por ejemplo, ante la aparición sorpresiva de un depredador); el miedo nos lleva a evitar aquello que puede ponernos en peligro (y con ello salvaguarda nuestra integridad física ante una amenaza) y el enfado nos permite limitar las acciones que otros ejercen sobre nosotros y que consideramos abusivas o carentes de respeto.

La vergüenza es una emoción irrefrenable
La vergüenza es una emoción irrefrenable

Psicólogos clínicos, sociales, evolutivos y, mayormente, etólogos, se han encargado de demostrar ampliamente que las emociones, con independencia de que su vivencia nos resulte positiva o negativa, mejoran nuestro ajuste a distintas situaciones cotidianas y cumplen una función útil en nuestro día a día. Otra cosa es lo que ocurre cuando esas emociones se generalizan a situaciones en las que su aparición no sería esperable, y suponen un obstáculo para nuestro bienestar. Ese es un capítulo aparte, que trata con éxito la psicología en su vertiente clínica y sanitaria.

La utilidad de la vergüenza no es tan obvia como la de otros sentimientos
La utilidad de la vergüenza no es tan obvia como la de otros sentimientos

Sin embargo, hay una emoción cuya utilidad no es nada obvia, tanto que hasta el propio Darwin se las vio y se las deseó para poder justificar su existencia y su función evolutiva. Hablamos de la vergüenza. Normalmente aparece de forma abrupta ante la puesta en evidencia, en un contexto social, de algo que nosotros hemos hecho y que puede ser considerado fuera de lugar, irrisorio o incluso censurable. Son situaciones en las que algo íntimo se revela ante los demás, a pesar de nosotros mismos.

Evidenciamos nuestro malestar al respecto. Estando solos también podemos sentir vergüenza porque nuestra mente interioriza ese juicio social. Otras veces, la vergüenza es anticipatoria y aparece ante la mera posibilidad de que estemos a punto de actuar en público (una exposición oral, por ejemplo) de manera bochornosa, o socialmente desastrosa. Anticipamos con ello que vamos a convertirnos en objeto de burlas. Creemos que vamos a ‘hacer el ridículo’. A priori, en ninguno de los dos casos se entiende bien la función de la vergüenza porque nos coloca en una situación de mayor vulnerabilidad ante quienes nos rodean.

Hablar en público, una de las situaciones que muestran la vergüenza a los demás
Hablar en público, una de las situaciones que muestran la vergüenza a los demás

Y porque los síntomas más apreciables de la vergüenza nos delatan. Entre ellos, destacamos el constante rubor en las mejillas, por encima de otros que pueden variar (como la aceleración del ritmo cardíaco, la sudoración, la interrupción del habla, la desviación del contacto ocular y la conducta de aislamiento) y que pueden no ser tan evidentes. ¿Por qué ponernos en evidencia públicamente? ¿Por qué señalarnos con el dedo? Aparentemente, desde el punto de vista social, lo más adaptativo sería poder ‘disimular’ esa vergüenza para no reconocer públicamente nuestro bochorno en el primero de los casos, y para no mostrar nuestra inseguridad, en el segundo.

La función de la vergüenza suele ser
La función de la vergüenza suele ser un acto para pedir perdón

Pues bien, para poder comprender su función, tenemos que ir a buscar la función de la vergüenza en asociaciones más profundas. Según lo que la etología nos demuestra, los chimpancés también sienten vergüenza cuando son puestos en evidencia ante otros individuos de más alto rango que ellos. Sus respuestas son muy similares: retiran la mirada, agachan al cabeza y muestran una mueca tristona. Chimpancés y humanos, lo que hacemos es priorizar el acto de pedir perdón por encima del orgullo que nos llevaría a no reconocer nuestros errores.

La vergüenza es, en cierto modo, una muestra de nuestro altruismo y de nuestra necesidad de relacionarnos afectivamente con los demás. Demostramos que lo estamos pasando mal, nos hacemos chiquititos y es como si con ello le dijéramos al de enfrente: «Mira que vulnerable soy, no te enfades conmigo, me arrepiento».

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La vergüenza es un sentimiento imposible de fingir ante los demás

La vergüenza prioriza el apego por encima del ego.  Esto explicaría por qué a veces aparece ese fenómeno de la vergüenza ajena en el que uno es inocente pero a través de la vergüenza muestra también su disgusto y malestar ante esa conducta que está presenciando en un compañero de especie. Podríamos reírnos de él, podríamos aprovechar la situación para trazar una línea y alejarnos de ese que se ridiculiza ante los demás.

Pero en lugar de ello, nos nace una respuesta solidaria que nos lleva a sentirnos identificados con el otro y mostrar nuestro pesar por el escarnio público al que está a punto de ser sometido. Del mismo modo que nos incomoda romper públicamente los convencionalismos sociales, también nos incomoda que otras personas lo hagan. Tal es el poder de la interiorización de las normas sociales que llevamos a cabo desde bien pequeños.

La vergüenza ajena es una forma de mostrar que no estamos de acuerdo con algo que nosotros no haríamos
La vergüenza ajena es una forma de mostrar que no estamos de acuerdo con algo que nosotros no haríamos

Además, la vergüenza no puede fingirse. El rubor facial no puede provocarse y menos de manera inmediata y reactiva a una situación que experimentamos en tiempo real. Por eso, la vergüenza es un síntoma auténtico y genuino de esa respuesta que denota nuestro altruismo más básico por encima de otros conflictos personales más complejos. En un experimento llevado a cabo en la Universidad de Berkeley (California, EEUU), el investigador Matthew Feinberg demostró que tenemos también una especial predilección por las personas que muestran sus emociones en público. Nos resultan más confiables y, ciertamente, menos ‘falsas’, menos controladas o menos contenidas.

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Las personas que muestran sus debilidades suelen ser mejor admitidas por el grupo

Mostrar una emoción como la vergüenza, por muy incómodo que sea para el protagonista, se convierte así en su modo inconsciente de demostrar su nivel de implicación social. Es como si implícitamente dijera «los demás me importan y prefiero que en grupo se mantenga el orden establecido que garantiza la unión».

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