¿Sabes cómo vencer tus miedos?

Cada vez que evitas lo que temes perpetúas el temor y limitas tu vida. Te explicamos algunas claves para apender a vivir sin barreras.

Ana Villarrubia. 25/02/2016
Foto Unpslash @melwasser

Alejándonos de aquello que tememos conseguimos, al menos transitoriamente, aliviar el malestar que el miedo nos produce. Evitar aquello que nos genera temor es uno de los mecanismos más básicos de supervivencia y lo conocemos muy bien porque nuestra especie ha tenido que recurrir a él en numerosas ocasiones para mantenerse a salvo.

Por un lado hemos desarrollado miedos ante potenciales amenazas a las que nos hemos tenido que ir enfrentando. Algunos insectos cuyo veneno paralizaría nuestro sistema nervioso en pocos segundos, feroces depredadores que nos devorarían en minutos o alturas insuperables nos generan miedo y vértigo porque, efectivamente, resultarían incompatibles con nuestra vida. Es lógico que tratemos de evitar este tipo de estímulos: el temor nos avisa de un peligro real.

Cuanto más pequeños somos, más miedos tenemos

Por otro lado, cuanto más pequeños y más vulnerable somos, es también cuando se producen nuestras primeras tomas de contacto con la sensación de miedo por culpa de los llamados miedos evolutivos. Se nos presentan en distintas etapas de nuestro desarrollo y van cambiando a medida que vamos creciendo. El miedo a la separación de los padres, a la oscuridad, a los monstruos o el miedo a las catástrofes naturales son sólo algunos ejemplos de estos temores que aparecen y desaparecen de nuestra vida de forma natural, como síntoma de que estamos madurando y de que nos vamos adaptando al complejo mundo en el que nos ha tocado vivir.

Ante ellos no hay ninguna razón para preocuparse. Dado que son naturalmente pasajeros, rápidamente los padres comprenden que no hay motivo para alarmarse, que basta con demostrarle al niño un poco de empatía y no permitir que el miedo guíe sus conductas o sus decisiones.

El miedo a volar es uno de los más comunes y paralizantes

Los miedos adultos suelen ser irracionales

Sin embargo, los miedos a los que cada día le hacemos frente las personas y que muchas veces nos hartan tanto que nos conducen incluso a la consulta del psicólogo, no suelen ser tan ‘naturales’. De hecho, tienden a ser bastante irracionales. Y, lo que es verdaderamente grave, acaban por resultar incapacitantes porque van limitando nuestro margen de maniobra. Te cuento unos pocos ejemplos reales, sacados de la consulta, para que veas hasta qué punto el miedo puede perjudicarnos.

El ejecutivo que rechaza un ascenso porque el nuevo puesto implica viajar mucho y él tiene pánico volar en avión; el miedo a los perros que a una niña le impedía ir a fiestas de cumpleaños; el miedo a ser rechazado que reiteradamente a un chaval le impedía acercarse a las chicas que le gustaban…

Nuestros miedos más íntimos nos pueden hacer perder grandes oportunidades vitales, porque nos empujan a evitar ciertas situaciones sólo porque vivirlas implicaría, de manera colateral, exponernos a nuestros miedos. Un miedo es incapacitante a partir del momento en el que nos supone un obstáculo para alcanzar otras metas, para desarrollar actividades cotidianas o para relacionarnos con nuestro entorno sin sufrimientos innecesarios.

Foto Unsplash @krivitskiy

¿Cómo se llega a tener un miedo paralizante?

¿Y cómo estas personas, todas ellas inteligentes y muy capaces, llegaron hasta ese punto? Pues porque un día interpretaron una situación de manera excesivamente catastrofista y aprendieron (por propia experiencia o a través de las experiencias de otros) que ese algo (avión, perro, persona… poco importa) tenía una gran capacidad para hacerles daño.

Ahí se originó el miedo y después se mantiene y se perpetúa a causa de la llamada evitación experiencial: Haciendo todo lo posible para mantener ese estímulo temido bien alejado de nosotros, no exponiéndonos ante él para comprobar que, efectivamente, nuestras predicciones catastrofistas no tienen por qué cumplirse. En otras palabras, no haciendo análisis racionales de las probabilidades reales de tales amenazas, tomando decisiones guiados en exclusiva por la emoción.

No siempre somos conscientes de ella porque la evitación experiencial no siempre supone conductas o cambios muy evidentes. Pero lo cierto es que nos coloca al servicio del miedo, porque nos lleva movernos en base a aquello que no queremos, en lugar de guiados por lo que sí deseamos. Y evitar lo temido rara vez es compatible con perseguir nuestros objetivos vitales. Al dejar que el miedo decida por nosotros le concedemos un tremendo poder sobre nuestras vidas y caemos en un auténtico sinsentido.

No podemos evitar sentir miedo

Este mecanismo, además, funciona como un círculo vicioso. No me expongo a lo que temo porque no soy capaz de aguantar la ansiedad que ello supone y con cada nueva evitación hago más probable que se dé la siguiente. Pensamos implícitamente algo así como «si ayer evité y me fue tan bien, ¿por qué pasar hoy ese mal trago?». El razonamiento sólo se sostiene en apariencia y en el corto plazo. Sólo en el corto plazo la evitación funciona: pues nos alivia momentáneamente la ansiedad asociada a pasar el mal trago de ponernos delante de eso que tanto miedo nos da, delante del toro.

Y así, una vez tras otra, las fobias nos ganan terreno y la evitación de la experiencia de enfrentarnos a lo temido se ancla como estrategia de afrontamiento preferente. Sumidos en esta rueda podemos concederle al miedo tanto poder que llegue incluso a gestionar una parte importante de nuestra vida. Evitar lo que temes te hará temerlo aún más.

Usar el raciocinio, lo mejor para vencer al miedo. Foto iStock

La solución, el raciocinio

¿La solución? Razonar en lugar de actuar guiados por la emoción, someter al miedo a un cuestionamiento basado en pruebas, en evidencias, en investigaciones científicas, en datos reales, en estadísticas serias y contrastadas. No en suposiciones, generalizaciones o catastrofismos irracionales.

Y, después de todo ello, acercarnos gradualmente a los estímulos temidos, dando pequeños pasos en entornos controlados, con herramientas que nos permitan aliviar la ansiedad (relajación muscular o acompañamiento de alguien de confianza, por ejemplo) y, si nos es muy complicado, de la mano de un especialista. Superar una fobia no es, terapéuticamente, un trabajo nada complicado.

¿Sabías, por ejemplo, que mientras yo escribo este texto y mientras tú lo lees hay una media de un millón de personas en tránsito aéreo? Sin embargo, después de cada tragedia aérea se multiplican los casos de fobia a volar. ¿Sabías que hay una posibilidad de 1 entre 2.500.000 de vuelos de morir en un accidente de avión? ¿Y que en coche, en cambio, hay un fallecimiento por cada 350.000 desplazamientos aproximadamente? Un hecho que durante las últimas décadas no ha cambiado es que el avión es el medio de transporte más seguro que existe. Paradójica e irracionalmente, es también el más temido. Frente al miedo, no evites. Debate y razona: los números son irrefutables.

Subir arriba

Este sitio utiliza cookies para prestar sus servicios y analizar su tráfico. Las cookies utilizadas para el funcionamiento esencial de este sitio ya se han establecido.

MÁS INFORMACIÓN.

ACEPTAR
Aviso de cookies
Versión Escritorio