Cuatro puros que indultar
Como fumadores se nos fijan en algún lugar algunos cigarros memorables, son los tabacos que, en un mundo que no siguiera el orden de la física, habríamos de indultar.
Más allá de la magdalena de Proust, más allá del pimentón al que sabían todos los platos de nuestra infancia, hay una memoria gastronómica que no es un discurso sino una sensualidad. Nunca recordamos qué comimos ayer, pero sí las croquetas de sustancia que hacía nuestra abuela.
Como fumadores se nos fijan en algún lugar del bulbo raquídeo algunos cigarros memorables. Son los tabacos que, en un mundo que no siguiera el orden de la física, habríamos de indultar. Nosotros guardamos cuatro que hemos fumado este 2016 y que ya estarán para siempre en el recuerdo.
Finca Tabaquera el Sitio, Churchill.
Era verano y estábamos en alguna costa de las islas canarias. El cigarro rimaba con el mar, con las palmeras, con el sfumato del horizonte. No en vano el tabaco palmero de que estaba hecho había sido cultivado a unos cientos de metros de aquel lugar. Cada boqueada del cigarro era equilibrio, madurez, sintonía. Fueron 80 minutos (cepo 50, 180 mm) de madera, vainilla y especias.
Hoyo de Monterrey, Grand Epicure, Edición Limitada 2013.
En su momento nos pareció un cigarro (cepo 55, 130 mm) con más promesas que realidades; en algunos de ellos encontramos, incluso, tramos astringentes, con aristas. Y entonces decidimos guardarlos porque en medio de los desacordes se apreciaba un tabaco de mucha calidad. Ha sido una de nuestras mejores decisiones: en 2016 este cigarro resultó ser un prodigio de complejidades, un puro de una redondez cercana a la perfección. Lo hemos fumado con la tristeza acentuada de saber que era el último.
Perdomo, Robusto 20 Aniversario.
Llegó en esos momentos en los que, aunque el verano ya debía haber terminado, una estación intermedia nos regalaba noches de completa quietud y temperatura tropical. Era la presentación oficial de estos cigarros (cepo 56, 127 mm) y nos encontrábamos entre las piscinas y las cocteleras de la majestuosa terraza del Club Financiero de Génova, en Madrid. Nick Perdomo se paseaba por la terraza con la incertidumbre de un general antes de la batalla. Nos pareció un cigarro de fortaleza -tabacos nicaragüenses: volcanes, mineralidades- pero franco, excepcionalmente hecho; se trataba de la mejor forma posible de ese tabaco.
Sancho Panza, Quijotes.
Fue la Edición Regional de 2010 (sí, de 2010). Y hasta 2016 podía encontrarse aún. Ha sido un cigarro que -si tenemos en cuenta todo el tiempo que estuvo en las cavas- no debió venderse bien: quizá la marca -Sancho Panza, no muy célebre entre los fumadores- o quizá sus dimensiones (cepo 49, 194 mm) disuadieron al fumador español de hacerse con ellos. Y, sin embargo, se equivocaba gravemente. Se trataba de un cigarro que no tenía nada que ver con la ligada ni con la fortaleza propia de Sancho Panza. Este Quijotes es -era, ay- un cigarro dulce, con tostados y caramelo, de fortaleza suave, redondo… la compañía de nuestras mejores cavilaciones.