La mejor herramienta de los hoteles: la puntuación

Queremos que los nuevos hoteles sean de los sentidos. Emoción frente a razón. Corazón frente a hígado. Mi pálpito contra mi pulso sistólico.

Fernando Gallardo. 02/02/2017

¿Se puede valorar una experiencia amorosa? Esta pregunta salta a la palestra de cuando en cuando para acuciarme a explicar qué argumento o sensación me sirve para ponderar los valores de un hotel en mi crítica semanal de EL PAÍS. “Has estado sobresaliente, cariño. Te mereces un 10 en la cama». Esta aserción justifica, además de la satisfacción lograda por una experiencia amorosa, la existencia de un prontuario en el que se evalúen numéricamente las instalaciones y los servicios de un hotel significado por su singularidad o carácter propio. Algunos hoteleros me lo inquieren en Facebook con más curiosidad que leso derecho de réplica.

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La crítica o la queja deben servir al hotel como herramienta de mejora continua

Creo que eso hacen nuestros huéspedes con sus opiniones”, arguye Antonio Gómez (Quintana del Caleyo), quien deposita en el prescriptor la responsabilidad de valorarlos espacios, la arquitectura, el lugar, el encanto, los desayunos, las charlas, el trato, el silencio, cualquier otra sensación vivida” en la misma medida en que la clientela puntúa en su fuero interno las experiencias y emociones obtenidas en el hotel. «La crítica o la queja deben servir al hotel como herramienta de mejora continua», sostiene a su vez Palmira Rodríguez Servando. “El problema radica cuando los evaluadores miden las emociones o sensaciones con los mismos parámetros con que pueden medir lo tangible».

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¿Acaso se puede puntuar una experiencia? ¿Una sensación? ¿Un estado? ¿Una emoción?

Porque éste es el debate que provoca la azagaya periodística que nos blande el propietario del hotel Consolación, Ignacio Mas de Xaxas, con el acicate de saberse objeto de valoración este mismo fin de semana por mi rúbrica en El Viajero. Objeto de una tabla de puntuaciones que hoy todavía desconoce… “¿Acaso se puede puntuar una experiencia? ¿Una sensación? ¿Un estado? ¿Una emoción? ¿Una vivencia?” Porque, como alega nuestro interlocutor, eso queremos que sean los nuevos hoteles de los sentidos. Emoción frente a razón. Corazón frente a hígado. Mi pálpito contra mi pulso sistólico.

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El peor hotel del mundo puede ejercer un día como el mejor del mundo.

Tantas veces me he declarado nada partidario de la clasificación oficial por estrellas de los hoteles que ahora me va a resultar difícil encontrar un argumento a favor de mis propias puntuaciones semanales. No se sostienen en puridad, lo sé. El peor hotel del mundo puede ejercer un día como el mejor del mundo. Es el poder de una sonrisa lo que importa, el aleteo de una corazonada, el soplo de un susurro, la tonalidad de un cielo, la densidad de una atmósfera… Son tantas cosas imperceptibles, apenas imaginables, intangibles o someras en su esencia que resulta abrupto etiquetarlas con suspenso, aprobado o notable.

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Sabemos que un desayuno de 3 es vulgar y de 1 es incomestible.

¿Por qué entonces las puntuamos? El lenguaje de la comunicación es más preciso cuanto más convencional se vuelve. Todos sabemos que un ratón es un mamífero pequeño del orden de los roedores, familia de los múridos, subfamilia de los murinos. Pero el lector entenderá que mientras escribo estas líneas no tengo a mi ratón dando vueltas a una rueda en su jaula, sino inmóvil sobre mi escritorio, junto al teclado, y no precisamente porque lo haya domesticado. Utilizamos una convención lingüística o de estructura matemática para entendernos y, así, comunicarnos. Es el contexto de la frase o de la ecuación lo que nos sitúa en su condición. Es la referencia analógica la que nos ilustra con precisión. Por convención matemática, el 0 indica nulidad y el 10, tetractis, sefirot, la totalidad. Signo de perfección. Las diez lámparas. Las diez vírgenes. Los diez talentos. La base de nuestro sistema algebraico. La camiseta de Pelé y Zidane.

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Cierto es que otras notas me incomodan y hacen dudar, como las otorgadas a la instalación.

Claro que es difícil entender el distingo entre un 6 y un 6,5, lo mismo que entre el 7 y el 8. Pero sabemos que un desayuno de 3 es vulgar y de 1 es incomestible. Que el 10 en atención no se refiere a Bo Dereck, sino a un hotel que te agasaja desde que entras hasta que sales, con nombre y apellidos, noble y personalmente. Que tranquilidad 2 pintan bastos, mientras que un 9 te sube al séptimo cielo. Que un edificio que se cae no merece un 8, ni tampoco ese falso historicismo decorativo en el que algunos han caído por creerse alguien en arquitectura. Cierto es que otras notas me incomodan y hacen dudar, como las otorgadas a la instalación. Tiemblo al calificar con 5 a un hotel austero frente a otro que te pone la alfombra roja y deleitea el paladar de tus hijos con un menú infantil. Lo que para unos es un bálsamo –el silencio–, para la familia es puro aburrimiento. Hay quienes no soportan el barullo de la tele en el comedor y los hay que no cenan mientras no vean los goles de la semana. Gente para todo, hoteles para unos pocos.

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Lo que para unos es un bálsamo –el silencio–, para la familia es puro aburrimiento.

Porque es imposible contentar a todos, promovemos establecimientos de nicho y que cada cual escoja el suyo. La nota máxima puede recaer en el hotel de los goles tanto como en el del silencio. A cada oveja, la sensación que le asemeja. Bien entendido que mis querencias por los silencios solo valen lo que mi entendimiento y circunstancia, sin que me postule a papa o padre de ninguna iglesia. Si mi puntuación sirve de referencia es porque algunos me leen, me creen, me vigilan y no se acomplejan. Subjetivamente. Con firma propia.

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