La mejor medicina para nuestro tiempo
La disrupción sin reflexión ni dirección, no lleva a ningún lado.
Si hay una palabra que me gusta por lo que significa es ésta: “disrupción”, y creo firmemente en sus beneficios. La considero la mejor medicina para nuestro tiempo. En primer lugar, quiero dar las gracias a todas y todos los fans de este espacio. Cada semana recibo muchos mensajes ilusionantes, desde aquí agradezco la lectura atenta de estos artículos y el feedback que me enviáis.
Hoy voy a hablar de disrupción, que de acuerdo con la RAE significa «rotura o interrupción brusca». Palabra mágica, sin la cual nuestro tiempo no tiene futuro. Porque si queremos obtener resultados diferentes, necesariamente habrá que hacer las cosas de otra forma. Pero, me parece que necesita ser digerida, porque como todos los conceptos ha de estar dirigida a un fin concreto. En el artículo de la semana pasada consideraba la necesidad del diseño de nuestra propia vida, lo que significa tomar las riendas de la misma. Y para ello innovar, tomar otras direcciones a las establecidas, y soñar. Pero, siempre dirigidas hacia un fin concreto, no a lo loco, porque a lo loco no llegaremos a ningún lugar.
A veces tengo la sensación -cuando asisto a eventos en los que se habla de este tema- de que los ponentes sufren el “efecto disrupción”, alcanzando una desenfrenada carrera en la proclamación de lo diferente, la ruptura o el cambio rallando en el sinsentido. Algo similar a un niño con un juguete nuevo, manoseándolo, llegando incluso a romperlo antes de tiempo.
Quizás sea muy recomendable preguntarse a lo largo del proceso creativo: ¿disrupción?, ¿en qué?, ¿dónde?, ¿cuándo? y sobre todo, ¿por y para qué? La disrupción sin reflexión, ni dirección, no llega a ninguna parte, salvo a engañarnos a nosotros mismos. La mejor forma de comprobar si estamos aplicando la disrupción correctamente es ser capaces de responder a esta pregunta: «¿Todo vale en la tarea disruptiva?»
Hemos comenzado a transitar por caminos no estructurados, donde la lógica ha perdido su hegemonía. El mundo es absurdo y el sentido común no existe. Lejanos quedan los tiempos en los que, por lo menos, podíamos decir el cartesiano “pienso, luego existo”. La revolución cognitiva está a punto -si no lo ha logrado ya- de extirpar y expropiarnos de los pensamientos. Y no es ciencia ficción, ya se ha logrado en ratones.
Este panorama llama a la reflexión. ¿Dónde quedan los límites éticos de la disrupción? Por poder, podemos poner el mundo boca abajo, pero ¿debemos? La revolución que se está produciendo en la tecnología con la incorporación de elementos cognitivos ¿qué riesgos tiene? ¿vamos a poner un límite a la robótica?
Voy más allá, ¿todos estos planteamientos nos hacen humanamente sostenibles? Vuelvo a la carga con mi “Antropología Sostenible” (Delgado, 2015). Estoy muy de acuerdo con la protección del planeta, pero mucho más con la protección de la humanidad. Y constato que en medio de todo es la más atacada. Hay que lograr a través de la disrupción modelos de vida sostenibles.
En este plano, me alío plenamente a los planteamientos de Gema Gómez, responsable en España de Fashion Revolution y fundadora de Slow Fashion Next -que por cierto- el próximo 25 de mayo celebrará su jornada anual en el Museo del Traje. Aún recuerdo el día en que me dijo: “Yo soy biófila” -pensé, a eso llamo disrupción, a tener valentía para definirse como amante y defensora de la humanidad-. Conclusión: lograr una libertad creativa disruptiva y sostenible a través de la integración de una antropología sostenible.